TUMACO, UN LUGAR PARA LOS RACISMOS NEGADOS EN EL PACÍFICO SUR COLOMBIANO

Resumen: Con esta reflexión se pretende discutir en torno a los lugares en los cuales se configura la negación de los racismos que afectan a la población afrodescendiente en Tumaco - Nariño, Colombia. El racismo ejercido sobre la población afrodescendiente se fundamenta en una construcción ideológica, social y política sobre el color de piel de sus habitantes y la racialización de sus territorios. De esta manera, se forjó toda una serie de prejuicios y estigmas que reiteradamente se manifiestan en acciones o prácticas de discriminación racial, que a su vez se traducen en desigualdades acumuladas. Los racismos no son abiertamente aceptados, hay una negación que transita entre la justificación institucional, la invisibilidad de las personas negras y las situaciones cotidianas que sirven como lugares de reproducción de los racismos y su negación. En esos casos, la ausencia de la voz y la acción contra actos discriminatorios permite que se asuman con facilidad actitudes como la indiferencia y el miedo a represalias, o se considere un tema estructural que no se puede cambiar. Adicional a lo anterior, la tolerancia frente a situaciones de racismo y exclusión implica su aceptación al no cuestionarlas, no intervenirlas, se toman con pasividad y se aprueban con el silencio.

Palabras clave: racismos, endorracismo, afrodescendientes, negación, Tumaco.

Introducción

La negación y el silencio que en muchas ocasiones las personas afrodescendientes, hombres, mujeres y comunidad lgbtiq+ vivencian frente a situaciones de racismo significan, por una parte, el rechazo y la omisión de actitudes y prácticas de discriminación basadas no sólo en el color de piel, sino en otros factores, como el origen –regional o nacional–, la diversidad sexual, la situación socioeconómica y los comportamientos. Por otra parte, esto indica la incomodidad que genera hablar del tema, tan sólo pronunciar la palabra “racismo” y reconocer las desigualdades que experimentan dichos grupos causa molestia e inmediatamente se minimiza la discusión.

Estas situaciones tan comunes en salas de espera o filas para acceder a servicios en entidades de salud, educativas, económicas, políticas o en procesos judiciales, son ocasiones de exclusión más comunes de lo admitido y se convierten en espacios que favorecen el cultivo de unas relaciones sociales normalizadas que fomentan la existencia del racismo, y en ocasiones pueden tomar más fuerza que un racismo abierto y frontal. En palabras de Bonilla Silva (2021), es igualmente necesario prestar atención a “las acciones más sutiles” y al comportamiento de las personas que se declaran ‘no racistas’, sin que esto implique encubrir la condición estructural del racismo. Los múltiples agentes (gobierno, ong, medios de comunicación y academia) que participan en dicha negación y mitigación, usan eufemismos para minimizar el problema, buscan explicaciones alternativas para manifestar que las grandes desigualdades entre unos y otros grupos racializados están relacionadas con la clase social, el género y la ubicación geográfica, aunque no se menciona tan siquiera el tema racial (Van Dijk, 2003, p. 113). 

Por lo anterior, en este artículo quiero explorar una respuesta a la interrogante: ¿en qué lugares se configura la negación de los racismos que afectan a la población afrodescendiente en Tumaco, ubicado en el Pacífico sur colombiano? En este sentido, los lugares comunes donde operan los racismos y las estigmatizaciones construidas sobre la población afrodescendiente atraviesan las escalas de análisis social (local, regional y nacional) al igual que los lugares institucionalizados, como la familia, la escuela, el sector financiero, comercial o las entidades de salud y justicia.

En esta indagación no se quiere estudiar los racismos para promoverlos, el aporte que se propone sobre el tema es que por medio de los relatos de mujeres, hombres y comunidad diversa se busca revelar la efectividad de las actitudes y prácticas racistas, no solamente cómo se ejercen desde la estructura nacional, sino cómo se reproducen intraétnicamente dando lugar a prácticas endorracistas. Además del abordaje de la negación como una forma sui generis del racismo en Colombia y América Latina, contextos que invisibilizan y camuflan las prácticas de discriminación racial a partir de la abierta divulgación de discursos multiculturalistas, pluralistas y de políticas de inclusión.

El racismo en este trabajo no se abordará desde una diferenciación biológica, sino como una construcción sociocultural correspondiente a sociedades, experiencias y grupos situados, que dan origen a la existencia de racismos en un mismo orden social. Claramente, la vigencia de los racismos en una sociedad como la colombiana, que se precia de ser liberal, democrática y pluricultural, ha permitido que se mantengan de manera eficaz una serie de marcaciones que pueden deberse al color de la piel o no, además de factores como el origen nacional o local, el género, la edad, la ubicación social, que en consecuencia ocasionan diferencias y jerarquías étnico-raciales, sexuales, políticas, culturales, ambientales, lingüísticas y territoriales.

Para este trabajo, concibo el racismo como un proceso macrosocial en el que se han configurado una serie de jerarquías y desigualdades fundamentadas en la existencia de razas[2] y una manifestación visible que es el color de la piel. Así, Colombia como un sistema social racializado, provee el marco en el que ideológicamente se forjan unas creencias de superioridad e inferioridad, al igual que normaliza una serie de prácticas que les permiten a los racismos operar y perpetuarse, mediante la emisión de normas, el accionar de instituciones, la asignación de roles y la difusión de estereotipos que limitan recursos, distribuyen privilegios y regularizan desigualdades. Los racismos no se pueden estudiar por fuera de la estructura social ni limitar su lectura a escala individual o como experiencias aisladas. Éstos se expresan en contextos diversos desde su cualidad dinámica y de cambio, y permiten a sus promotores hacerlo con un alto grado de racionalidad, no desde la ignorancia o la emoción, sino desde un interés material, rentable para los que racializan y de pérdida para quienes lo padecen (Bonilla-Silva, 2010).

El análisis del racismo requiere ser descompuesto en sus elementos básicos: los prejuicios y estereotipos que son las actitudes que alimentan las percepciones sociales sobre los “otros”. Estas conducen hacia unas acciones o prácticas que justifican la disparidad y diferencia a partir de la ejecución de procesos de segregación, la discriminación racial y la exclusión física y verbal. Y las consecuencias que el racismo ejercido trae consigo, es decir, se identifican “los efectos negativos o desfavorables intencionados o no intencionados para los grupos racial o étnicamente dominados” (Essed, 1991, p. 45), a quienes se les niega un trato igualitario, se limita su acceso a espacios de decisión y participación, y se coartan sus derechos fundamentales. En sí, se reproducen unas limitaciones que perpetúan la desigualdad social y representan una potencial reducción de la calidad y expectativa de vida de los grupos marginados, que son repetidas, son normalizadas, son culturales y terminan siendo institucionalizadas (Rodríguez, 2011).

La iniciativa de discutir desde la pluralidad de los “racismos” consiste en que pueden ser detectados en distintas escalas de la vida social y afectan a las mismas personas. Para este caso en particular se trata de las personas que se autorreconocen como negras o afrodescendientes en Tumaco, en el Pacífico sur colombiano. Estos racismos se producen en un proceso de articulación histórica y jerárquica que afecta tanto a personas e identidades como a territorios. Sin embargo, esas afectaciones se refuerzan en el plano cotidiano en una suerte de horizontalidad, entre distintos grupos y al interior de los mismos grupos racializados. Es por ello que los racismos se tratarán dentro de un articulado denominado sistema social racializado (Bonilla-Silva, 1997), perspectiva que permite examinar la simultaneidad y la interdependencia de los racismos de orden estructural, institucional, cotidiano y experiencias de endorracismo (hablando de casos situados).[3]

Como proceso metodológico para la construcción de esta reflexión se elaboró una cuidadosa revisión teórica-documental sobre el tema, además de entrevistas en las que se abordaron las experiencias particulares de racismo y discriminación vividas por personas que se autorreconocen como negras o afrodescendientes (mujeres, hombres y lgtbiq+) pertenecientes a organizaciones sociales en Tumaco, en el Pacífico sur colombiano. Esta reflexión no se limita a hacer una caracterización del racismo como una forma de señalamiento e inferiorización, la apuesta es hacia una lectura relacional entre las distintas expresiones de los racismos y prácticas de discriminación racial, incluso de su sedimentación en emociones y sensibilidades vividas por los afrodescendientes.

 

Las desventajas históricas que sostienen el racismo estructural hacia los afrodescendientes en Tumaco

 

La configuración demográfica y territorial en Colombia, como en América Latina en general, es producto de los procesos del encuentro de tres grupos poblacionales: los indígenas (o aborígenes), los europeos y las personas traídas desde África. Desde las etapas tempranas de la Conquista, la Colonia y posteriormente en la República, la región del Pacífico colombiano se constituyó como el espacio que albergó a la mayor población negra de origen africano, seguida por la población indígena y por una minoría blanca que se atribuyó el poder de organización de la vida social, económica y territorial. Esto marcó, por una parte, las relaciones territoriales y de poder entre el Pacífico (costa) y el “interior” o zonas andinas; por otra parte, determinó la existencia de unas geografías racializadas (Viveros, 2021), que se constituyeron en la base de un imaginario nacional sobre la región negra de Colombia, además de las representaciones políticas, sociales y culturales construidas sobre el sujeto negro que allí habita, “el negro del Pacífico” y “el negro tumaqueño” para mayor precisión.

 Durante los siglos xvi y xviii, la población africana en condición de esclavitud, en su mayoría, llegó al puerto de Cartagena y progresivamente fue ubicada en los llamados Reales de Minas, espacio colonial desde el cual se estableció la administración territorial, las autoridades políticas y evangelizadoras en zonas conocidas como enclaves mineros.[4]

El Pacífico sur colombiano es un territorio de una gran riqueza hídrica, vegetal y mineral, esto determinó el asentamiento de indígenas y negros en las riberas de los ríos y en la costa principalmente. Por lo regular, los esclavos del Pacífico sur fueron destinados a trabajar en dos enclaves mineros: Iscuandé y Barbacoas.[5] El difícil acceso, el clima húmedo de la selva y la población asentada en núcleos dispersos dificultó, por parte de los blancos, el control total sobre los esclavos dedicados a la extracción de oro, por lo que vivían distribuidos en el territorio, es decir, gozaban de ciertas posibilidades de movilidad, mas no de total libertad. 

San Andrés de Tumaco se ubica en el Pacífico de Colombia, en el extremo sur del litoral y frontera con Ecuador. Su población aproximada es de 221 649 habitantes (dane, 2018) y en la indagación sobre su autorreconocimiento étnico, aparecen registrados 134 862 casos en los cuales la población se identifica mayoritariamente como negra, afrodescendiente, mulata o afrocolombiana alcanzando un 83.29%.

San Andrés de Tumaco se fundó en 1640 y se configuró bajo un régimen de castas integrado por blancos, esclavos, indios y libres (de todos los colores). Aunque es necesario aclarar que Tumaco nunca fue una zona minera propiamente, sí se consolidó hacia el siglo xix como un centro urbano receptor de esclavos que habían ganado su libertad, ya sea porque la compraron, se escaparon de los Reales de Minas o se beneficiaron de la ley de abolición de la esclavitud en 1851. Así, Tumaco albergó en su mayoría a una población negra que, en un flujo constante de movilidad entre lo rural y lo urbano, ha mantenido unas relaciones de reciprocidad que se combinan en un conjunto de prácticas culturales, lenguajes, medicina tradicional, formas de subsistencia, mecanismos de participación y organización política particulares hasta el día de hoy. 

En cifras recientes proporcionadas por la Encuesta de calidad de vida realizada en 2018 por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (dane), la población negra en Colombia alcanza casi 4 671 160 habitantes ubicados en el territorio nacional. La población negra integra una variedad de identidades construidas en torno a las acepciones de negros, afrocolombianos y afrodescendientes, aparte de dos grupos claramente identificados, como son los raizales (habitantes de San Andrés y Providencia) y la población palenquera (San Basilio de Palenque, Bolívar).[6] Así, la población negra es diversa, no sólo por el mestizaje biológico y cultural, sino también por sus procesos organizativos, políticos, por la forma en que se apropian de su etnicidad negra y por las estigmatizaciones que padecen a raíz del racismo que existe en Colombia.

Durante el siglo xx se consolidó una fuerte estigmatización hacia la población negra de Tumaco. La marginación territorial se materializó en estructuras deficientes de servicios sanitarios, educativos y de salud evidentes hasta el presente, y así lo indica el índice de necesidades básicas insatisfechas que para Tumaco alcanzan un 18.3% en el área urbana y un 38.75% en los asentamientos rurales. 

Por otra parte, si se revisan comparativamente los datos de pobreza multidimensional entre el total nacional (Colombia), este indicador alcanza un 19.6%, frente a un 53.7% que caracteriza a Tumaco, en su área urbana un 45.8% y en la zona rural un 63.3%, estas cifras no sólo muestran la magnitud de la desigualdad social que experimenta este territorio frente a la nación, sino la desventaja de las zonas rurales ante las zonas urbanas. Este aspecto no dista mucho de la realidad nacional, donde en las áreas urbanas alcanza un 13.8% y en el área rural un 39.9%.

El discurso de un mestizaje en Colombia escondió la racialización de una ciudadanía restringida a sujetos como los afrodescendientes que fueron diferenciados y ubicados dentro de la jerarquización como seres inferiores, además de la asignación de estereotipos asociados reiteradamente con la animalidad, infantilidad y erotización. Como consecuencia de estas representaciones construidas se legitimó de forma constante una situación de desigualdad que se traduce en barreras para el acceso a adecuadas garantías para la subsistencia, como lo evidencia la tabla 2, en la cual se puede analizar comparativamente las notorias desventajas en las que se encuentra Tumaco frente al total de la nación. 

Lo anterior se confirma en el bajo logro educativo, que para Tumaco representa el 61.7%, frente al resto de Colombia que está sobre el 43.8%. El analfabetismo también es superior en Tumaco con un 19.5%, en tanto para la nación alcanza un 9.5%. Por otra parte, las diferencias más notorias se encuentran en aquellos datos que muestran que Tumaco tiene inadecuadas garantías para acceder a una vivienda digna con un 58.4% frente a un 9.8% del total nacional. En cuanto a la cobertura de servicios públicos básicos, sólo el 58.3% de la población de Tumaco cuenta con agua potable y el 73.1% no tiene una adecuada eliminación de excretas, lo cual se constituye en una fuente de vectores de enfermedades contagiosas, ante un servicio de salud que también está en déficit en un 19.5% frente al 6.2% del resto de Colombia. Estas cifras muestran cómo la población afrodescendiente fue reducida a un territorio sobre el cual se toman decisiones desde la exclusión y la marginación, y donde la precaria presencia del Estado profundiza las desigualdades vitales y la distribución de recursos.

Las representaciones de inferioridad construidas históricamente sobre Tumaco y sus pobladores legitimaron y justificaron unas desigualdades materiales y otras existenciales, éstas últimas se entienden como desventajas en el “reconocimiento de derechos de personalidad (autonomía, dignidad humana, libertades, derechos de respeto y desarrollo de la personalidad)” (Costa et al., 2019, p. 35), hecho que evidencia unas prácticas ciudadanas limitadas para el “negro del Pacífico”. Un ejemplo de ello es la asignación de un limitado rol de elector en los procesos de representación política, que fue reforzado por un sistema de relaciones políticas clientelares y por la imagen paternalista de líderes blancos locales asociados con el partido liberal.[7] Sin embargo, las capacidades del “negro y negra tumaqueños” para ser elegidos y de representarse a sí mismos y a otros colombianos, siempre han sido cuestionadas por los imaginarios construidos sobre su ignorancia e incapacidad para manejar recursos públicos sin caer en actos de corrupción. Esto se evidencia con claridad en los señalamientos hacia quien fuera en su momento (marzo de 2022) la candidata vicepresidencial, Francia Márquez, que no es oriunda de Tumaco, pero sí pertenece al territorio del Pacífico colombiano. Cito a continuación fragmentos de una columna periodística:

La admiro como mujer valiente, lideresa popular, defensora ambiental y luchadora capaz de superar los obstáculos que tiende Colombia a los negros, a los pobres y a las mujeres. Su vida y su lucha son ejemplos estimulantes. Garantizan buena fe, honorabilidad y coraje, mas no preparación, experiencia ni sabiduría. Pero no sirven para manejar una nación. Con eso solo no se gobierna. Y menos en un país tan complicado como Colombia.

Son encomiables sus sentimientos solidarios. No así algunas de sus ideas, que sufren de vaguedad, y de sus declaraciones, que acusan una retórica de enredados lugares comunes. Me abstengo de comentar el ridículo lenguaje incluyente que le debieron de inculcar algunas de sus mentoras: los chistes al respecto en las redes hablan por mí. Peligrosamente rígida, temo que carece de la dosis de sentido del humor que salvó de situaciones difíciles a Clemenceau, a Churchill, a Reagan, a Mandela, a Belisario Betancur, a José Mujica... (Samper, 2022)

Estas palabras pueden interpretarse como una manifestación del miedo a perder los privilegios heredados por el autor.[8] Una combinación de clasismo, racismo y machismo expresan la preocupación ante la posibilidad de ser representado en un alto cargo por una mujer negra, de extracción humilde y pobre, que representa a uno de los grupos poblacionales protagonistas de las grandes inequidades y desigualdades en Colombia. Esta serie de inferiorizaciones son producto de las relaciones marcadas por un racismo forjado, que desfavorece el acceso a movilidad laboral, oportunidades sociales, de participación en los espacios democráticos de debate público, así como su ingreso a instituciones donde se toman decisiones políticas.

En su columna Samper Ospina transita desde la descalificación de una mujer negra colombiana y su participación en escenarios políticos hasta el temor de las élites al cuestionar su presencia en escenarios adoptados como propios para ellas. Es interesante analizar cómo la estructuración del habitus (Bourdieu, 1971) produce diferencias percibidas como naturales y con ellas genera unas jerarquías y desigualdades raciales que se vinculan con los procesos de formación histórica y política de cada nación, y las disputas simbólicas creadas para mantener dicha clasificación.

Las convenciones nacionales sobre la raza y el racismo responden a una producción histórica, que conviene a las élites para su permanencia en el poder y seguir dominando a los demás grupos, ya sea por cuestiones de género, clase, religión, etnia, razas o extranjería. En este punto puedo decir que la posición de clase en una estructura social no lo determina todo en el devenir de los sujetos racializados, pero sí está en el juego junto con otras variables que se convierten en monopolio de privilegios para unos pocos y acumulación de desventajas para las mayorías (Wade, 2021; Viveros, 2021). Debido a esto, a las élites les resulta natural y parte de su habitus la difusión de discursos y toma de decisiones racistas desde su posición de clase; para ello, utilizan la emisión de contenidos difundidos[9] por medios de comunicación impresos o digitales (Van Dijk, 2003), también mediante disposiciones legales o del lenguaje cotidiano que posiciona el blanqueamiento como la cualidad ideal o positiva para la existencia y el desarrollo humano.

La creación de estos territorios racializados es otro de los indicadores de la existencia de un racismo estructural hacia la población del Pacífico sur colombiano. Así, se producen lugares que continuamente generan privilegios y desequilibrios entre unas zonas donde la cobertura de servicios y acceso a derechos fundamentales está garantizada para la población que habita las ciudades en las que se concentra el poder político, las actividades comerciales e industriales. En oposición, las zonas racializadas están habitadas por etnias indígenas o afrodescendientes y no cuentan con una adecuada infraestructura de acueducto, alcantarillado, prestación de servicios de salud, instituciones de educación en todos los niveles, conectividad y seguridad. Además de las limitaciones mencionadas, coincide que estas zonas históricamente marcadas y diferenciadas por la racialización de quienes allí habitan, también son los territorios donde se presentan las mayores afectaciones del conflicto armado en Colombia. Sólo por mencionar el caso de Tumaco, el 96.1% de los hogares tiene entre sus integrantes a personas que han sido víctimas de hechos de violencia. Del número total de víctimas, el 97.4% son personas identificadas étnicamente como negro(a), mulato(a), afrocolombiano(a) o afrodescendiente.[10]

También existen decisiones biopolíticas (Foucault, 2011) ejercidas por el Estado colombiano sobre los cuerpos racializados negros, que son considerados inferiores o deshumanizados, a quienes limita sus derechos fundamentales, y constantemente se enfrentan a hechos de violencia, como desplazamientos, desapariciones, extorciones u homicidios, además del dominio de su territorio por parte de economías legales (extractivistas) e ilegales (narcotráfico). Frente a estos peligros, el Estado permite que los riesgos para su existencia se multipliquen al no intervenir para mitigar las desigualdades socioeconómicas. La desprotección hace que la vulnerabilidad crezca a medida que se profundizan las manifestaciones del conflicto armado y el impacto de los modelos extractivistas y de control de los recursos naturales (Olaya, 2019; 2020). Como consecuencia de esto, se socava la confianza en el ejercicio de la ciudadanía, la acción colectiva y las manifestaciones de resistencia de las comunidades negras en estos territorios. En este sentido, José Estacio dice que

eso afecta también a esa relacionalidad y esa confianza entre los vecinos que hoy es bastante crítica, hoy ya no se vive esa misma confianza, los vecinos antes, si el vecino era tu amigo, era tu parcero, hoy se genera una desconfianza porque en medio de todo ya no sabemos quiénes son los actores armados, muchas veces el mismo actor armado es mi mismo vecino, mi mismo hermano, mi mismo primo, entonces eso daña unos lazos de confianza, unos lazos de compadrazgo y eso en alguna medida me empieza a generar unos procesos a mí de autoprotección y esos procesos de autoprotección quizás me llevan a negarme a vivir en relación con mi comunidad y eso inmediatamente va afectar el tejido social y va a deconstruir ese ejercicio de ciudadanía territorial. (José Estacio, comunicación personal, 27 de julio de 2022)

Así que en el escenario macrosocial opera un racismo estructural sobre el cual se configura la legitimación histórica hecha “a través de distintas prácticas racializadas del poder del grupo social construido como blanco, desfavoreciendo sistemáticamente a los grupos no blancos” (Viveros, 2020, p. 23). En la escala estructural, el racismo se consolida como una ideología y principio ordenador de unas relaciones racializadas, ese componente ideológico normaliza unas relaciones de poder, simbólicamente legítima identidades superiores e inferiores, dispone legislaciones que justifican la necesidad de estos intereses diferenciadores como parte del bien común. Todo esto queda plasmado en políticas públicas, sistemas educativos, símbolos patrios, cartografías nacionales, zonas de producción y extracción, áreas de protección y de destrucción ambiental y humana. Las políticas de Estado asumen toda una gobernabilidad que justifica y profundiza el orden social racial. Para dar un ejemplo de lo expuesto, presento un fragmento de la columna “Muerte, rebusque y racismo en Tumaco: El covid en una zona de conflicto armado” del investigador Eduardo Restrepo, quien reflexiona sobre las miradas institucionalizadas hacia los tumaqueños en tiempos de pandemia:

Los negros aparecen a sus ojos como unos seres “desordenados”, con “baja cultura ciudadana”, reproductores de la “ignorancia”, y descaradamente “irresponsables”, es decir, se los presenta como unos auténticos salvajes-salvajes, como sujetos morales tachables, que requieren del tutelaje y la mano salvadora civilizatoria del “hombre blanco”. En estas narrativas los “negros”, por su marcación racial, aparecen condenados a ser los responsables de las condiciones de miseria y muerte que definen sus existencias. Lo que se pasaba con el covid en Tumaco, no era más que la constatación de estas cristalizaciones racistas que, desde Pasto y otros lugares del interior del país, articulan el grueso de las interpretaciones sobre los tumaqueños en particular y la región del Pacífico en general. (2021, p.72)

La descalificación de la identidad “tumaqueña” sólo profundiza los prejuicios raciales traducidos también en actos negligentes que llevan a cabo las instituciones de orden público o privado en ámbitos educativos, económicos, de la salud, la justicia y de la cultura. Esto que se ha denominado un racismo institucional (Viveros, 2020) valida un trato diferencial y desigual a estos “otros de la nación” (Segato, 2007) y se hace evidente, como se verificó antes, en las crecientes estadísticas de necesidades básicas insatisfechas, tasas de cobertura y calidad educativa, inadecuados servicios de salud, dificultades para la movilidad social y laboral, sumado a una participación limitada en los espacios públicos de decisión y acción política. Esto se constituye en una negación del racismo, que sin ser explícita, sí hay una clara intención de ocultar o encubrir sus efectos desde otro tipo de interpretaciones, como la escasez de recursos, la inadecuada administración de los bienes públicos, las condiciones ambientales o climáticas que no permiten la instalación de infraestructura tecnológica o como es frecuente, se atribuyen a escasas garantías de seguridad para la inversión debido a la profundización del conflicto y la presencia de economías ilegales en el Pacífico sur colombiano.

¡Aquí el racismo no existe!

En un plano de análisis local, es importante visibilizar los racismos en Tumaco en sus manifestaciones y sus formas de negación en una población que mayoritariamente se reconoce como negra o afrodescendiente (83%), y que en ocasiones declara abiertamente ¡Aquí no hay racismo porque la mayoría somos negros! Sin embargo, sobre estas personas recaen grandes desigualdades estructurales que se constituyen en barreras para acceder a sus derechos como ciudadanos colombianos. No se admite que muchas de esas desventajas históricas se deben a la existencia de unos racismos. Éstos no se debaten ni se cuestiona cómo son soportados o coexisten con formas de discriminación cotidiana reproducidas en los procesos de socialización normalizada. Por lo tanto, tampoco se visualizan las estrategias que la población afrodescendiente ha elaborado para combatir los racismos que viven.

Los y las afrodescendientes en Tumaco relatan reiteradamente en sus narrativas la existencia de un racismo estructural hacia ellos como personas negras; en ocasiones lo llaman histórico o sistémico, y tiene su origen en la población esclavizada que fue ubicada en este territorio desde la Colonia; además de la construcción histórica que sobre su piel les prescribió un lugar de inferioridad e incapacidad. Una subordinación que es reiterada cotidianamente para disminuir la importancia del otro, que se encuentra más lejos del valor positivo aprobado para el color de piel, que sería el blanco o el mestizo (en algunos casos).

El color de piel se convierte en una marca de distinción frente a otros, establece diferenciación, jerarquía, prestigio y reconocimiento, aludiendo al concepto de distinción de Bourdieu (1988). Pero es una interpretación que es usada en doble vía. También es frecuente entre quienes se reafirman orgullosamente negras y negros, “yo me considero una mujer negra, aunque mi piel sea un poco más lavada, pero vengo de mi descendencia negra” (Flor Barreiro, conversación personal, 16 de marzo de 2023); frente a la ambivalencia de los que siendo su origen afrodescendiente se consideran mestizos o más claritos, porque les permite una mejor adaptación y mayores posibilidades de movilidad social y laboral: “Yo no soy negro, o sea negro, negro no soy, es una mezcla pues de mis descendientes”(Cristian Castillo, conversación personal, 28 de marzo de 2023).

En efecto, las personas llevan a cabo procesos de interpretación, dan sentido a fenómenos arraigados y en ocasiones silenciados, como el racismo, que si bien, su origen no es solamente estructural, se manifiesta en prácticas diarias y hunde sus raíces en experiencias culturales que reproducen desigualdades estructurales. Como Giddens (1995) lo menciona, las acciones individuales también pueden generar procesos dirigidos, a una doble intervención, de reproducir o transformar el entorno social; así, las personas no se presentan como agentes pasivos, participan y actúan sobre el mundo en que habitan, refuerzan la estructura o promueven cambios en ella. El examen de cómo en las interacciones sociales y en las prácticas cotidianas se perpetúan formas de discriminación, formas de exclusión sistemática, conduce a relatos frecuentes como éste:

también entre nosotros nos discriminamos, es decir, el que es un poquito más coloradito también le dice al otro “no, vos sos negro quítate de aquí”, entonces utiliza el término despectivo muchas veces o inclusive de un barrio a otro también… entonces hay también su distinción, su diferenciación. (Arnulfo Mina, comunicación personal, 22 de febrero de 2023)

Otro caso es la construcción y divulgación de estereotipos en Tumaco sobre el “joven negro y pobre” que generan prejuicios como “el negro de la chancla es pobre, ladrón y vicioso”; a su vez, esto conduce a su perfilamiento como delincuente, seguidamente recae sobre él una acción policial que está asociada con una práctica de racismo institucional en la cual los agentes de policía ya tienen establecidas unas categorías o trazas delictivas. En ocasiones, esta construcción estigmatizante es respaldada por la misma comunidad afrodescendiente de Tumaco, que ha elaborado diversos significados sobre su color de piel y los valores asociados con esta característica física, además de la confluencia con otros marcadores diferenciales, como la condición socioeconómica, los hábitos y comportamientos, la vestimenta, el lenguaje y el lugar de residencia.

Continuando con el plano cotidiano del racismo (Essed, 1991), es necesario asumir la tarea de comprenderlo “como ideología, estructura y proceso en el que las desigualdades inherentes a la más amplia estructura social se relacionan, de manera determinista, con factores biológicos y culturales atribuidos a quienes son vistos como una ‘raza’ o grupo ‘étnico’ diferente” (p. 43). En este sentido, la raza es una “construcción ideológica”; por lo tanto, su naturaleza es socialmente construida, es decir, en sí la raza “nunca ha existido fuera de un marco de interés grupal” (p. 43). Tanto la raza como el racismo establecen unas relaciones de poder en las que hay unos agentes, unos beneficiarios y unas víctimas, que no necesariamente son sólo los “negros” o “afrodescendientes”, incluso ellos pueden estar inmersos en las mismas lógicas racistas como agentes, beneficiarios o simplemente usan tal diferenciación en su cotidianidad como ideas y prácticas interiorizadas en sus rutinas sociales, familiares, laborales y espaciales. Así lo denotan las palabras de un líder juvenil de Tumaco, estas ideas de inferiorización se pueden verificar en la misma población mayoritariamente de piel oscura que tiende a reproducir una serie de estereotipos producidos histórica y cotidianamente: 

existen un montón de ideas imaginarias que sitúan a las personas negras como personas menos inteligentes, menos bellas, menos capaces, asociado mucho al estereotipo de pobreza y son cosas que las personas (negras) no cuestionan, sino que por el contrario, asimilan, interiorizan, normalizan y naturalizan. Entonces está bien que yo odie mi cabello afro, está bien idolatrar a personas que no son de Tumaco (Juan David, comunicación personal, 11 de julio de 2021).

Del racismo se derivan unos prejuicios que no sólo van desde el grupo de poder, sino que pueden instalarse en los grupos dominados, profundizando sus consecuencias. Además, sobre los prejuicios argumentaré que encierran una serie de actitudes, que pueden exaltar cualidades o legitimar defectos. Es un concepto que encierra esa dualidad. Los significados construidos socialmente atribuyen subjetividades negativas y estereotipadas a ciertos grupos racializados. Estos significados se comparten y se transmiten en contextos familiares, educativos o laborales y mediante interacciones sociales se internalizan y reproducen, por ejemplo, en afirmaciones como “negra, pero bonita”. Esa doble valoración, en primer lugar, tiene un sentido negativo que se refiere al factor de estigmatización, el color “negra” como cualidad de la tez de piel, y bonita como un aspecto a resaltar desde la estética de la mujer y que le asigna la expectativa de sentirse mejor a otras, considerarse superior.

La categorización social que produce el prejuicio sobre las personas afrodescendientes tiene elementos psicológicos en los que las mujeres negras y hombres negros tienden a interiorizar o estereotiparse a sí mismos con cualidades propias de su grupo y a sentirse diferentes e inferiores, surgiendo así el autodesprecio. Esto podría ser la sedimentación del racismo estructural ejercido hacia las personas negras que ha sido negado o naturalizado, por lo cual se aprendió a tolerar y a reproducir en su cotidianidad mediante dichos comunes, chistes, ridiculizaciones o calificativos de desconfianza hacia sí mismos y sí mismas. Frente a la autodiscriminación, los tumaqueños y las tumaqueñas, con mucha sensibilidad –a veces con dolor, tristeza y vergüenza– aceptan que hay endorracismo[11] en su ciudad, así la mayoría de la población sea afrodescendiente. Al respecto, la abuela Daira Quiñones menciona sobre ese racismo al interior de su comunidad

Es endorracismo, es decir un racismo étnico, primero es no reconocer que existe el problema, o sea, se hace de manera involuntaria, ni siquiera la gente sabe que lo está haciendo, no lo reconoce además porque está aquí en la psique, entonces no lo reconoce, hay ese problema de pasarse por encima del otro. (Conversación personal, 2 de febrero de 2023)

Así los prejuicios por cuestiones raciales se refuerzan internamente y suelen ser fuertes y designan creencias de un grupo o territorio en particular, sobre el cual se expresan emociones de odio, desconfianza o desprecio, y que también se convierten en comportamientos negativos (Alport, 1954). Juan David así lo deja notar en su relato:

Las discriminaciones raciales que nosotros hemos interiorizado y que históricamente vamos a reproducir porque hacemos parte de esta sociedad, ¿no?, y si a toda la sociedad se nos enseña que el negro es bruto, el negro es feo, el pelo del negro es feo, como habla el negro es feo, nosotros lo vamos a asimilar y lo vamos a interiorizar. (Juan David, comunicación personal, 11 de julio de 2021)

Estas narrativas circulan en lugares comunes, como el entorno familiar, la escuela, el grupo de pares y la información que se recibe de los medios de comunicación, principalmente digitales, y juegan como agentes socializadores en los cuales se aprende que ser negro o negra es malo, una señal para burlase, para excluir o calificar negativamente. En este sentido, las intenciones estigmatizantes del “nosotros” frente a los “otros” no es unidireccional, es decir, desde las élites hacia los sectores medios o populares, sino que también divide a las personas en escenarios étnicamente conformados y se reproduce de nuevo la clasificación “el nosotros” (mi grupo) y “ellos” (exogrupo). Los relatos presentados indican que el racismo cotidiano en ocasiones opera de manera sigilosa y en otras de forma natural (Segato, 2007). Es común verificar que esto hace parte del imaginario sociocultural, del sentido común e impactan directamente en la producción de las subjetividades. También es cierto que en la multidimensionalidad de los racismos se reconocen sus articulaciones con otras categorías, como la clase, el género, la edad, el origen nacional, la religión, el lenguaje, es decir, el racismo no opera solo.

Existen actitudes y creencias construidas sobre la intersección de distintas opresiones, como en el caso del juicio familiar emitido a un integrante de la comunidad lgtbiq+ en Tumaco “…son negros, son pobres y tras de eso maricón” (Goyo conversación personal, 20 de diciembre de 2021). Situación similar padecen las mujeres violentadas que reciben orientación jurídica y psicosocial en GANVICA,[12] pues continuamente se enfrentan a múltiples estigmatizaciones como “ser mujer, negra, pobre, sin escolaridad, víctima de desplazamiento forzado y tumaqueña” (Flor, conversación personal, 16 de marzo de 2023). Estas generalizaciones llevan a confluencias entre identidad sexual, clase, raza y preparación académica que refuerzan el estatus y el lugar superior de unos sobre otros comportamientos históricamente estigmatizados y se soportan en lo normalizado e institucionalizado de los racismos, y otras formas de exclusión ocasionadas por el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado. Así, sus manifestaciones múltiples confluyen en una misma persona, en una peligrosa combinación de desventajas acumuladas que “interactúan, se entrecruzan y se potencian para producir estas diferencias, y que no pueden ser esquivadas detrás de un discurso generalizador de la identidad étnico-racial” (Viveros, 2021, p. 53).

Cuestionar el lugar que ocupa lo negro en un orden social racializado transita por diversas significaciones y situaciones (Cunin, 2010), entre las asignaciones estales como por ejemplo las categorías censales que para el caso colombiano son negro, mulato, afrodescendiente, raizal o palenquero, en particular para la población que se asocia con un pasado común y un color de piel, diferente al de los pueblos indígenas, mestizos o blancos. Tambien lo negro indica pertenencia “soy porque somos” como una iniciativa de movilización (afrodescendiente e indígena) o en el caso de la organización política Proceso de Comunidades Negras (pcn).

De igual forma, lo negro, y lo indistintamente afrodescendiente, oscila constantemente entre la estigmatización “negra como la noche”, “negra y fea” “la negra tiene el pelo de brilladora”. O la fascinación cuando los procesos identitarios y la resignificación de lo negro toman mayor importancia al resaltar sus elementos culturales, tal como lo narra en su poesía Sintia Ángulo, embajadora del Pacífico y gestora cultural de Tumaco:

Tuve una noche negra, negrísima,

me encanta las noches negras, me encantan los labios grandes, carnosos,

me encanta el cuerpo de los negros,

el cuerpo de las negras,

me encantan las noches de marimba,

las noches de currulao,

el replicar de mis pies a cuarenta y cuatro revoluciones,

escuchar el chureo de Tumaco,

amo comer el pescao, la piangüa, el encocao de camarón,

tuve un día negro, me encanta el amor negro,

mi amor tiene el color del Pacífico, nuestro color favorito, el negro,

sabes que me siento orgullosa de ser negra y de amar las noches negras y los días negrísimos, amo las noches negras.

(Sintia Ángulo, conversación personal, 23 de febrero, 2023)

 

Las formas en cómo se vive la experiencia de ser una persona negra, hace que en ocasiones intenten alejarse y tomar un rumbo hacia el mestizaje buscando cercanía hacia lo más blanco, entrando en polémica o desprecio no solamente con su cuerpo, su color más o menos oscuro, su cabello duro, nariz ancha, en su autoidentificación como negras o afrodescendientes, también desde su comportamiento, su lenguaje, su preparación académica, sus hábitos de consumo, actividades de ocio, entre otros. 

Este autorrechazo refleja esas valoraciones negativas posicionadas en los imaginarios nacionales construidos sobre las personas negras, que fueron apropiados por sus víctimas y que conducen a activar unas prácticas de discriminación y de apreciación emocional hacia su mismo colectivo racializado. Lo anterior se precisa en situaciones particulares, pues es frecuente encontrarse con valoraciones en relatos como el de Andrea, quien manifiesta que su abuela, una partera afrodescendiente reconocida en Tumaco, les enseñó a sus hijos y nietos a distinguirse a partir de la afirmación “hay negros de negros” (Andrea, conversación personal, 9 de junio de 2022), refiriéndose a los orígenes de la familia, si tiene recursos o no, si es de origen rural, si ha estudiado, si sabe desenvolverse en público sin hacer escándalos, si cuida su aspecto físico –cabello y vestido, y demás elementos de distinción frente a otros “los negros comunes”. La categorización social que produce lo racial y el color, así como los prejuicios que ocasiona en las personas afrodescendientes, decanta en la dimensión psicológica de mujeres negras y hombres negros, de niños, jóvenes y adultos, es interiorizado y genera, en ocasiones, autodesprecio y sensaciones de diferencia e inferioridad.

En una conversación con Aura Peralta, relata cómo creció con el calificativo de ser una “mujer negra fea”, porque su piel era la más oscura entre las mujeres de su familia, además de tener problemas con su peso, por su delgadez, algo que se sale del patrón de mujer negra del Pacífico colombiano, por lo general de contextura grande. Después de un proceso de reconocerse y sensibilizarse sobre su color de piel y su grandeza humana, sus emociones saltan al sentirse orgullosa, porque desde sus cualidades de mujer delgada, negra y fea (como ella se mira) ha inspirado varios murales, uno de ellos se llama “Re-existimos”, que se encuentra en Tumaco y fue una elaboración colectiva con jóvenes que se piensan y resignifican desde su piel y desde la raza que los diferencia, y sólo quieren sentirse humanos, sin más. Y otros dos murales que están ubicados en Bogotá elaborados por el artista Guache (figura 2). Me pareció muy impactante la imagen que muestra dos mujeres negras, como se autorreconocen, con sus facciones perfectas y colores que dan vida a un espacio en la gris Bogotá. Aura se sorprende de que su color de piel y su cuerpo sean inspiración para una obra artística, un relato en el que aún se rechaza y se siente orgullosa a la vez (Aura Peralta, conversación personal, 2 de junio de 2023).

A manera de conclusión

Esta reflexión, aún parcial, sobre los racismos que afectan a la población afrodescendiente en Tumaco y Colombia, permite hacer un reconocimiento al tema de la raza y el color de piel como marcadores de diferenciación que tienen sustento en un pasado colonial y esclavista; sin embargo, hoy permanecen en los imaginarios de las personas blanco-mestizas, indígenas y afrodescendientes. Existe una continua producción de jerarquizaciones y apreciaciones que asignan capacidades y lugares visibles a las personas afrodescendientes, haciendo del racismo una forma estructural que se camufla mediante calificativos implícitos o eufemísticos; así se alimenta un relato de negación, tanto en lo macro como en lo microsocial. Se hace de lo cotidiano un espacio naturalizado donde opera la discriminación por factores raciales y de color de piel, en ocasiones imperceptible y que tiende, igualmente, a negar su magnitud. Existen situaciones en que las mismas víctimas de los racismos tienden a justificar esa negación, por medio de neutralizaciones o relatos que favorecen los argumentos y validan las mejores posibilidades de vida de los blancos o mestizos frente a las personas de piel oscura que son presentadas como merecedoras de peores condiciones de vida ocasionadas por múltiples factores de desigualdad acumulados.

Referencias

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[1] Socióloga y especialista en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Nariño (Colombia), magíster en Historia por la Universidad Nacional de Colombia, estudiante de doctorado en Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Docente del Departamento de Sociología, Universidad de Nariño. anromoca@gmail.com

https://orcid.org/0000-0003-1454-9232

[2]El origen biológico de las razas no se contempla en este trabajo, debido a la postura científica que indica la existencia de un mismo código genético para todos los humanos, compartimos la misma información genética en el adn, aunque con adaptaciones ambientales y socioculturales. Hoy los humanos nos reconocemos como pertenecientes a una misma especie “Homo Sapiens, originada hace aproximadamente doscientos mil años en África y distribuida hoy en poblaciones diversificadas, como consecuencia de múltiples migraciones y procesos de adaptación que tuvieron lugar durante varias decenas de miles de años” (Iturralde e Iturriaga, 2018, p. 7). Debido a su asidero sociohistórico, tanto las ideas sobre la raza y el racismo continuaron determinando unas relaciones diferenciales asociadas con características físicas y objetivas de personas concretas a las que se aprueba o descalifica, y sobre las cuales se construyen conocimientos y son asumidas como inferiores. Esta afirmación conduce a reflexionar que los estudios asociados con la raza y el racismo en la actualidad llevan implícita la necesidad de comprender las causas que mantienen vigente esta forma de categorización y las divisiones construidas socialmente, las cuales tienen efectos negativos y son evidentes en determinados individuos y grupos que son sometidos a graves injusticias, al acceso desigual a bienes y el menoscabo de sus derechos fundamentales.

[3] Sumado a ello, encuentro en el caso colombiano y en el contexto local de Tumaco, otro tipo de exclusiones racistas hacia comunidades indígenas. Por otra parte, son evidentes otras acciones discriminatorias hacia grupos de migrantes (venezolanos y haitianos principalmente), esto daría origen a casos de xenofobia, como otra forma de marginación, que se articula con los racismos mencionados antes y que operan de forma simultánea.

[4] Otra proporción de africanos fue ubicada en las plantaciones de caña de azúcar y en las ciudades andinas destinada a actividades de servidumbre.

[5] A diferencia de algunos países de El Caribe o Brasil donde los esclavos fueron ubicados en el sistema de producción de las plantaciones.

[6]Es importante aclarar que en el último Censo de Población (2018) se le permitió a la población negra identificarse dentro de una las categorías censales dispuestas, debido a que se entendió el autorreconocimiento como un “proceso subjetivo relacionado con la formación de la identidad, con procesos sociales históricos, construcciones políticas, conceptualizaciones académicas y personales” (dane, 2019, p. 12).

[7] Odile Hoffman (2007) realiza un interesante trabajo sobre cómo Samuel Escrucería Delgado (hombre blanco), forjó el conocido “imperio betista” legitimado por el pueblo negro a partir de unas redes clientelares marcadas por el afecto, el diálogo, la creación de una identidad colectiva como “tumaqueños” sin distinción racial, y su estrategia fue hacer una “distribución de bienes, servicios e incluso de dinero a las poblaciones desfavorecidas”. Así mantuvo su imperio desde 1960 hasta la década de 1990. Sostuvo una actividad política mesiánica, pero sin pretensiones de promover políticamente a hombres y mujeres negros y negras, ni hacer justicia a las discriminaciones que las poblaciones del Pacífico habían sufrido. Supo utilizar las relaciones clientelares para su beneficio, haciendo visibles a los tumaqueños como un gran potencial electoral, que sobrevive hasta la actualidad. 

[8] Daniel Samper Pizano, integrante de una de las familias de poder político más tradicionales de Colombia.

[9] El Observatorio de Discriminación Racial de la Universidad de Los Andes (2022) realizó un estudio de los ataques a los candidatos afrodescendientes en las elecciones presidenciales de enero a agosto de 2022 en Colombia. Este monitoreo evidenció 613 ataques racistas en Twitter y que a su vez generaron 10 579 comentarios como respuesta, además de la reproducción de los mensajes en otros medios de comunicación televisivos, impresos y digitales. El 29% de los ataques racistas, como los denomina el estudio, se dirigieron hacia Francia Márquez. El estudio concluye que los ataques racistas en su mayoría hacia la candidata vicepresidencial se sustentaron en tres premisas; la primera de ellas se refiere a los “discursos que caracterizan su referencia a demandas históricas en favor del pueblo negro como la expresión de un resentimiento social. La segunda premisa se dirige hacia la promoción de discursos de odio racial que “denigran su formación y capacidad intelectual para ocupar el segundo cargo más alto del poder ejecutivo del país” y la tercera premisa se relaciona con los “discursos estereotipados que niegan su humanidad como mujer negra”.

[10] Reporte del Registro Único de Víctimas en Colombia a 13 de junio de 2022.

[11] Esther Pineda (2013) deja ver la magnitud del endorracismo al definirlo como uno de los fenómenos más representativos de la influencia colectiva en el ser social, el desprecio externo por estar vinculado a una raza considerada inferior que ejercerá una presión tal, capaz de introducir en el propio individuo el desprecio al que está expuesto, es decir, un autodesprecio instigado en el que el sujeto racializado por “otro” autoconcebido como “superior”, acepta mirarse a sí mismo con los ojos del amo como consecuencia de la coacción racista (p. 55).

[12] Grupo de apoyo a mujeres víctimas del conflicto armado.

Angela Rocio Mora Caicedo

Socióloga y especialista en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Nariño (Colombia), magíster en Historia por la Universidad Nacional de Colombia, estudiante de doctorado en Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Docente del Departamento de Sociología, Universidad de Nariño.

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